TRANSPARENCIA METAMORFÓSICA
“…porque quedó sano, y loco de la más extraña locura que entre las locuras hasta entonces se había visto. Imaginóse el desdichado que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le quebrarían: que real y verdaderamente él no era como los otros hombres: que todo era de vidrio de pies a cabeza.” (El Licenciado Vidriera. D. Miguel de Cervantes)
Aquí, señor, hubo en otro tiempo un llamado Palacio de la Diputación en el que tenía su principal asiento un hombre con la pacífica locura de creerse todo él de vidrio, y por más que la bien intencionada gente se le aproximaba, con abrazos o pellizcos, y le decía que no había tal cosa, se empeñaba en su manía, avisando por los más heterogéneos medios a sus semejantes y disímiles, de que su transparencia era real, no palpable, y nunca contagiosa. Y el caso fue que, una buena mañana, como por avieso encantamiento, en el lugar que ocupaba el vetusto edificio de magnífica sillería, que los súbditos tenían para ellos como inmutable y quizá eterno, surgió una perfecta construcción de cristal. Y a partir de entonces todo aquel curioso que quiso aproximarse hasta el lugar del milagro podía ver que allí dentro, tal un acuario gigantesco, se afanaban personas flotando en un líquido viscoso, nadando de un pasillo a otro, de un despacho a otro, como si de bellísimos peces tropicales se tratase; y que cuando dichos seres parecían necesitar oxígeno u otro elemento primordial, salían con frecuencia a fumar a las aceras circundantes o se repartían por los cafés cercanos, tardando a veces hasta toda la mañana en rellenar sus pulmones con la esencia vital suficiente para seguir nadando otra media hora.
En cuanto a nuestro buen loco se supo que acabó disolviéndose en el amniótico elemento, y forma ya parte, indivisible e inseparable, de esa maravilla de la arquitectura y la naturaleza que es este Nuevo Palacio de Cristal que ahora, arrobados, contemplamos usted y yo.