Cifuentes considera una «chorrada» la polémica de la ‘drag queen’ en la cabalgata de Vallecas (El Mundo)
Partiendo del hecho incontrovertible o controvertible, o las dos cosas, de que los reyes magos fuesen tres, o de que los reyes magos no fuesen magos ni reyes, o que tal vez fuesen reyes, magos, y cuatro o cinco. Partiendo de cualquiera de estas hipótesis o de cualquiera otras que se nos pudieran ocurrir, porque podía también suceder que esos reyes magos no fuesen nunca a Belén, en donde no había ni siquiera un portal con una estrella encima, a modo de lámpara mágica, o que había varios portales iluminados, pero solo uno con un mesías en su interior, que o bien podía estar solo, o podía no estar bien acompañado, o podía estar acompañado y feliz. Partiendo de cualquiera de estas premisas, digo, se podría justificar la existencia de una cabalgata, figurada, del día de reyes, en nuestro aciago presente. Pero también, partiendo de que dichos reyes fuesen tres, que estuviesen en Belén en una determinada fecha, y que adorasen a su modo a un niño recién nacido, hay que convenir que objetivamente las cabalgatas de reyes que se celebran en estas fechas, por todo lo ancho y largo de este mundo, nada tienen que ver con ese asunto primordial, ni siquiera como lejana representación teatral de un hecho que alguien podía calificar de histórico.
Algunas de estas cabalgatas hacen desfilar personajes disfrazados de príncipes encantados, con pajes gordos y flacos a los que alguien se empeña en vestir al revés, es decir travestidos. En algunos lugares el papel correspondiente al rey mago y astrónomo aficionado, Baltasar, lo interpreta un señor, tan rudimentariamente tiznado de negro, que cuando dirige su mirada a las estrellas más bien parece el cartel del filme El Cantor de Jazz, mostrándonos impúdicamente el blanco de los ojos. Unas veces la cabalgata de una ciudad con mar se acerca a su público enrolada en un asmático barco de pesca de bajura, y no sería la primera vez que a Melchor se le ve vomitando por barlovento, víctima de un mareo poco regio y nada mágico; otras veces los caramelos han dejado tuerto a algún espectador asombrado; ocasiones hubo en que las cabalgaduras mecánicas se han desbocado y han producido víctimas inocentes. Y, en fin, las más de las veces, las mentes infantiles, tan proclives a la inocencia y a la credulidad a cualquier precio, se han marchado a dormir con la duda, más que razonable, de que aquello en lo que hasta ese día creían como verdad incuestionable, no era más que una pura patraña, con sabe dios que aviesa intención por parte de los respetables adultos: porque aquellos zarrapastrosos que saludaban con las manos enguantadas JAMÁS podrían ser unos verdaderos Magos de Oriente, hasta ahí podíamos llegar.
La conclusión, que de ninguna manera es razonable, podía ser que, póngase lo que se ponga arriba o abajo de las supradichas carrozas, nada va a cambiar el hecho de que cualquier cabalgata de reyes magos promovida por el concejal de cultura de turno, ya sea éste de la tendencia poética naturalista o de la corriente simbolista, será siempre una perfecta mamarrachada, y que a esta hora de la historia lo mismo va a dar que se le añadan unas Reinas de la Noche luciendo paquete bajo el tanga, o unos musculados personajes cubiertos de purpurina, en paños menores con la bandera multicolor, unos camellos que borden su papel, o un conocido representante municipal encargado del cañón de confeti; porque a lo que se ha llegado de una manera irredenta es a adelantar en unas fechas el pobre Carnaval del año que comienza. Y la polémica sobre qué o quién hace el ridículo, en la siempre excesiva travesía, es inútil y estéril, además de absurda, metidos ya en el también absurdo meollo del asunto, ya que todos sabemos a estas alturas que el ridículo lo hacen los mismos de siempre.
Los blanqueados huesos enterrados en la catedral de Colonia, sean de los Magos o de otros simples mortales, se remueven en su tumba ante tales desmanes, y claman venganza ante el cúmulo de mal gusto y zafiedad generalizado promovido en su nombre o en el de míster Saturno y compañía, q.e.p.d.