Para postularse como presidente de la cosa pública hace falta tener mucha confianza en uno mismo y creer que los demás son unos memos. La cosa pública es lo mismo que la res pública. En mi pueblo la res es el rebaño de ovejas y cabras. Cuando mi amigo me decía que aquel día no podía ir a jugar porque tenía que ir con la res, a mí se me quedaba la cara triste de los desamparados y me ponía a jugar solo. Se me agüevaba el balón de tanto disparo contra el muro. En golpear contra un muro se me esfumó mucha de la infancia feliz. Mi amigo no es presidente de nada, aunque podría. Ha llegado mucho más alto. Es un cachazudo albañil, con una inmensa confianza en sí mismo, que hasta podría construir un edificio de noventa plantas con el solo impulso de una hormigonera de segunda mano y un pinche de la casa. Tenía una enorme confianza en él mismo y conducía su burro a unas velocidades endemoniadas. Del burro siempre me caía yo. Ya de aquellas era mi sino. No quiso ser presidente pero pudo haberlo sido. Ahora no hay sitio para tantos presidentes, así que los más se quedan en subsecretarios, secretarios , consejeros, delegados…y al presidente lo eligen por sorteo. El que saca la pajita más larga. Ser presidente es difícil. Necesitas un buen perro. O dos. O más, si la res es mucha, para que le vaya mordiendo las piernas a las ovejas díscolas y vuelvan a los pastos de primavera. También necesitas una buena fraga a donde subirte para entonar baladas (vease la figura literaria) con el caramillo. Con el caramillo invoca a los dioses viejos, que acuden a la cita, acompañados de ménades, bacantes, sátiros y algún centauro sin herrar. La música produce somnolencia y empieza a llover a cántaros. Sube el nivel del agua, las ovejas pierden pie y se van río abajo hinchadas por el ahogo. Los perros se suben a la roca al lado del presidente que, extasiado por su propia música, no repara en que se le están humedeciendo los pies. Mi amigo a veces dejaba a las ovejas solas y se venía a echar un partidillo conmigo. Por la noche su padre le daba una buena tunda porque no aparecía una oveja, pero había hecho unos goles antológicos y unos regates en un palmo que te dejaban perplejo, y todo había valido (podría decir balido) la pena.